domingo, 4 de julio de 2010
a partir de hoy
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Etiquetas: cambio de riff
jueves, 31 de diciembre de 2009
Dos historias duranguenses
Desde niño siempre me gustaron los conejos, los conejos blancos mis favoritos, parecían bolas de algodón con patas. Mi familia tenía un rancho en Durango cerca de la sierra, una vez que le heredé a mis padres el rancho lo primero que hice fue comprar una pareja de conejos blancos, me encantaba verlos correr por el rancho, ciertamente nunca les puse un cerco, los dejaba libres. Un día por cuestiones de trabajo tuve que ir a la cuidad y conmigo se fue mi esposa, todavía no teníamos hijos, así que el rancho se quedó solo.
El rancho estaba cerca de un cerro, relativamente se podía ver desde la carretera. Al regresar de nuestro viaje, que duró algunos meses y cerca de las navidades, vimos con sorpresa al acercarnos al cerro que estaba completamente blanco, parecía un cerro nevado, pero no estaba nevando en esas fechas, hacía frío, sí, pero no estaba nevando, a menos que en la parte alta sí estuviera cayendo nieve; pero incrédulos aún, mi esposa y yo nos acercamos hasta el rancho, ¡cuál va siendo nuestra sorpresa!, no era nieve, eran los conejos que se habían reproducido por miles en nuestra ausencia!, miles de conejos blancos corriendo por el rancho hasta la punta de el cerro que se veía nevado por los malditos conejos, fue un espectáculo muy comentado por estas tierras.
II
Como siempre fui una persona de campo me gustaba mucho la cacería, siempre fui un cazador solitario, me gustaba adentrarme en la sierra duranguense a cazar venado, un día ya llevaba mucho tiempo caminado, había fallado con mi rifle a varios especímenes y me estaba quedando sin balas, así que decidí regresar. Cuando venía de camino de regreso al rancho veo a lo lejos dos hermosos venados bebiendo en un río, me doy cuenta que estoy a una distancia donde le puedo dar a uno de ellos, veo por la mira de mi rifle y me doy cuenta que los dos venados están demasiado cerca uno del otro, checo mi carga, una sola bala, tengo una sola bala y dos venados magníficos a punto de tiro, pienso, ¿qué hago? ¿mato a uno? ¿puedo matarlos a ambos? checo con la mira y se me ocurre algo nunca antes intentado, tengo un cuchillo en la bolsa de mi pantalón, lo saco, pongo el cuchillo con la punta hacia arriba, exactamente a la mitad del cañón del rifle, apunto bien, retengo la respiración, los dos venados siguen juntos en el río, espero, espero, ¡disparo!, la bala, la única bala del rifle se parte en dos con el cuchillo y mato a los dos venados, nadie me lo creyó.
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domingo, 22 de noviembre de 2009
manifiesto bazinga
VERSIÓN 406
VERSIÓN 412 o BEATNIK SPEARS
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domingo, 8 de noviembre de 2009
Nos cerraron las puertas del paraíso
sobre la barra ya nadie ahora hace olas
solamente la araña baila sola
con sus piernas de good old rocanrol
Jaime López
el autor del bló y don José
Como era una cantina no podían entrar nuestras amigas, así que para evitarse broncas de plano cerraba el changarro para nosotros, cabe mencionar que de todos modos El Otro Paraíso no era muy visitado, así que siempre la sentimos como nuestra, la usábamos para lecturas públicas, para exposiciones y performans. Era salón de juntas y de arrejuntes, dio trabajo a desempleados que cobraban su semana con cerveza, dio cobijo a crudos de media mañana, fiaba hasta el fin de semana, regalaba tequila añejo pal desempance, daba botana exótica "hecha con sus propias manitas"... Hasta que un día el buen José nos dijo que andaba vendiendo, "ya me cansé de tanta mamada", me decía, quiero vender este pedo, y acabó por venderle a un güey que terminó haciendo de nuestra cantina un lugar pa nomás ir a ver el futbol, con pósters del santos laguna y todo el numerito. Si José, dejamos de ir, borraron nuestras pintas y nos negaron las encerronas. Hace poco supe que lo habían vuelto a cerrar, nos cerraron dos veces el paraíso, que mal pex.
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domingo, 11 de octubre de 2009
El pintor de la locura
son las que están locas:
locas por vivir,
locas por hablar,
locas por ser salvadas.
Jack Kerouac
Y la señora tenía sus razones pa ponerse así, su hijito era de armas tomar, le tumbaba la puerta de la casa cuando no le abría, la insultaba y le orinaba la macetas del jol de su casa, el Farra no lo hacía a propósito de hecho, medicado desde la adolescencia por un trastorno bipolar vivía entre el encierro y los ataques de locura temporal. Encontró en la pintura a su gran amor, pintaba chingoncísimo, unas pesadillas hermosas en los lienzos, seres que parecían humanos se escurrían por sus cuadros, ojos muy profundos tenían sus personajes, parecía que te hablaban. Farra pintaba hecho la madre, frenético, con risitas de vez en cuando; pintaba desnudo y siempre me sorprendía con un cuadro nuevo cuando le caíamos a su casa. Siempre me gustaron sus cuadros aunque curiosamente nunca me quiso vender ni regalar ninguno; decía, quién sabe si era cierto, que tenía un corredor que le vendía sus cuadros en Nueva York. La cosa era tal vez cierta porque lana nunca le faltaba, tenía una camioneta con la que ya hasta la madre (se ponía pedo bien rápido por causa de los medicamentos que tomaba) caía a casa de sus amigos a la hora que fuera y te ponía unas pedas de miedo. Luego le daba por encuerarse y hablarle al diablo pa que viniera por él.
Siempre que íbamos a su casa nunca entramos por la puerta principal, su cuarto que era muy amplio además daba a la calle, brincábamos una barda y nos abría por un ventanal y entrábamos a su cuarto-estudio, lleno de revistas porno hard core, películas de trauma y lindezas así. Vivía solo con su jefa, no tuvo hermanos y el resto de la casa era un misterio, ya pa cuando la jefa se daba cuenta de que estábamos ahí, era porque el pinche ruidajo no la dejaba dormir; una vez hasta una patrulla nos aventó pa sacarnos y el Farra se iba con nosotros a seguirla onde fuera, normalmente a mi casa. Siempre que me quedaba en su cuarto los pinches cuadros no me dejaban dormir, parecía que se salían de los cuadros llenos de horror, dignos de un sicoanalisis.
Pero eso se acabó el día que conoció a su ahora mujer, parecía que le echaba el doble de drogas a su comida y bebida. De repente se dejó de ver, ya ni el teléfono contestaba, de repente un día cayó a casa de los amigos con las invitaciones a su boda, ¡ah, chinga!, ¿cómo que te casas pendejo? Sí cabrón, decía con su cavernosa voz, ya es tiempo de sentar cabeza, ¡ma!
Lo dejé de ver años, hasta un día que nos encontamos en una exhibición de cuadros suyos y de otros pintores y fotógrafos de la región. Parecía el reencuentro de los muertos vivientes. Panzón y sin el brillo de la locura en sus ojos me prometió que nos veríamos pronto por un proyecto que teníamos juntos, de un cómic que andábamos haciendo: yo ponía los textos y él pintaba las pesadillas. Todavía lo estoy esperando.
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Etiquetas: Crónica de los días inútiles
Yo soy la rata
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Etiquetas: Crónica de los días inútiles