miércoles, 31 de diciembre de 2008

In memoriam

Nuestras huellas de ayer
vienen a vernos
y se adentran al ser,
y dan voces,
pero sólo un espejo que les finge,
un reloj,
y un nombre, sin sentido, les contestan.
Enriqueta Ochoa

Para Doña Concepción y Don Raúl Salce


Ora que el año se anda yendo al carajo y ya le andamos agarrando las nalgas al 2009, es momento de recordar.

Doña Conchita y Don Raúl fueron abuelos de un gran amigo de viaje llamado Aarone, así con la e al final. Vivían en una ciudad que colinda con Torreón llamado San Pedro Coahuila, ciudad que hoy día está siendo destruida por el narco y la expulsión de sus habitantes a los Estados Unidos, pero por ahí a principios de los noventa era una especie de paraíso para los pachecos y atascados. Se vendían buenas drogas y no había ley seca, así que por lo menos dos veces al mes nos dabamos la vuelta y precisamente nos hospedaba el carnal Aarone que por esos días vivía con sus abuelos en una de esas casonas grandes de patios largos y macetones a los lados y cuartos amplios bien iluminados, casi casi era nuestra casa de huéspedes, porque la casa era grande y sí no queríamos no había necesidad de toparnos con los señores, siempre y cuando no anduviéramos merodeando por ahí.

Ellos ya nos conocían y sabían a lo que íbamos. Al principio, claro, pusieron el grito en el cielo cuando vieron entrar por su portón a un grupo de sucios borrachos que les gustaba ponerse hasta la madre en uno de sus patios, pero después de un tiempo hasta consejos nos daban para evitar la cruda, como por ejemplo no fumar mientras bebíamos o tomar leche antes de dormirnos para que no se nos jodiera mucho el estómago.

Como nosotros estábamos acostumbrados a no recibir buenos tratos ni en nuestras casas, dado que la mayoría de la banda con la que rolé por esos años ni siquiera tenían casa, el simple hecho de que alguien nos quisiera dar un consejo o un regaño nos hacía sentir queridos. Que hubiera una cama dónde dormir nos hacía sentir especiales. Y que una señora como doña Concepción, muy parecida físicamente a Chavela Vargas, y a quien llamabamos Macorina nos levantara por las mañanas al ritmo de Vive (la canción de Napoleón que dice: "abre tus brazos fuertes a la vida..."), y que además adrede sabiendo que no llevabamos ni una hora de sueño nos levantaba para que le ayudáramos en las tareas del hogar, que nosotros hacíamos sin chistar porque era la jefa y sabíamos además que al final de la jornada venía un desayuno digno de reyes; la mejor comida que he comido en mi vida la hacía doña Concepción.

Con Don Rául la cosa era igual de magnífica. Nos trataba de pendejo, o sea, así nos hablaba: oye pendejo!, decía y todos volteábamos. Una noche se puso a platicar con nosotros de Carlos Castaneda, como él fue maestro rural y además vivió en Sonora nos platicaba que conoció a Castaneda y que también a Don Juan Matus, el célebre personaje de los libros de Don Carlos; era un viejo muy cabrón y a todo el mundo le daba miedo, decía de Juan Matus, y todos ahí como niños escuchando los cuentos del abuelo. Tenía también frases célebres; una de ellas la decía después de regresar de misa: ¡tengo ganas de mujer ajena!, le decía a su señora lo suficientemente fuerte pa' que se oyera en toda la casa, ella nomás movía la cabeza y decía para sí misma: pos con que, viejo cabrón.

Todo esto lo platico porque entre el año 2007 y este murieron los dos, o sea con un año de diferencia. Don Raúl apenas hace dos semanas nos dejó, la casa se la quedó un hijo que luego la vendió. La última vez que fui a San Pedro supe que en la casa se habia construido un súper, casi nos quitaron todo recuerdo al demoler nuestra casa, porque a pesar de que éramos huéspedes no siempre tan distinguidos, por mucho tiempo ese fue el lugar al que por unos años pudimos llamarle hogar. Esto sólo es un recuerdo para ellos, que en paz descansen.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

L. A. Woman

L.A. WOMAN / THE DOORS



To have just been born
for beauty and see sadness
what is this frail sickness?


Jim Morrison



Arrastra los pies, ha viajado ya al desierto y tiene arena en las botas, trae entre sus brazos un pequeño lagarto, viejo como el mundo pero de ojos indiferentes ante lo que ve. Entra al estudio de grabación dejando restos de arena en la duela, se sienta en la taza del baño y suelta al lagarto que parecía petrificado entre sus brazos y que cobra vida en cuanto lo suelta. Mira su desaliñada barba y sus ropas: pareciera que estuvo cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, está hecha girones.

Mira el micrófono y sonríe, pareciera que está a punto de decir algo gracioso a sus compañeros de grupo que sólo lo ven de reojo, pero calla, acomoda la ropa y se quita las botas. Pide a Bruce Botnick que le acomode el micro en el baño para crear una especie de eco, que es una repetición de su voz dañada. Quiere irse de ahí pero hoy es el último día de grabaciones. Trae la letra de una canción nueva, saca de una bolsa de su pantalón un papel arrugado y lleno de arena que contiene Riders on the Storm.

El lagarto se pasea nervioso entre los cables de los instrumentos, todos miran con asco al animal que se posa sobre una bocina y levanta la vista hacia donde está el cantante, como esperando una señal; pareciera que todo él es de arena y está a punto de desmoronarse y salir volando con la brisa que entra a donde él está, pareciera que todos saben esto y contiene la respiración. Ya sólo falta su voz para terminar este disco que a todos ha resultado liberador, un disco de blues, piensa él, lo cual lo hace sentir bien, un disco donde se despide de Los Angeles y de Estados Unidos, nación hipócrita que ya no tolera.

Siente el cansancio de los años en su cuerpo y en su voz a pesar de que no ha cumplido ni 27. Se abre el micrófono y a una señal de su ingeniero va soltando las frases como una revelación:

Riders on the storm
Riders on the storm
Into this house we're born
Into this world we're thrown
Like a dog without a bone
An actor out alone
Riders on the storm

Después que termina la canción, el lagarto se baja de la bocina y sale del estudio; va rumbo al desierto a contar lo que ha oído. El cantante ha contado los secretos de las criaturas de sangre fría. Pareciera que no se lo van a perdonar.