Nuestras huellas de ayer
vienen a vernos
y se adentran al ser,
y dan voces,
pero sólo un espejo que les finge,
un reloj,
y un nombre, sin sentido, les contestan.
Enriqueta Ochoa
vienen a vernos
y se adentran al ser,
y dan voces,
pero sólo un espejo que les finge,
un reloj,
y un nombre, sin sentido, les contestan.
Enriqueta Ochoa
Para Doña Concepción y Don Raúl Salce
Ora que el año se anda yendo al carajo y ya le andamos agarrando las nalgas al 2009, es momento de recordar.
Doña Conchita y Don Raúl fueron abuelos de un gran amigo de viaje llamado Aarone, así con la e al final. Vivían en una ciudad que colinda con Torreón llamado San Pedro Coahuila, ciudad que hoy día está siendo destruida por el narco y la expulsión de sus habitantes a los Estados Unidos, pero por ahí a principios de los noventa era una especie de paraíso para los pachecos y atascados. Se vendían buenas drogas y no había ley seca, así que por lo menos dos veces al mes nos dabamos la vuelta y precisamente nos hospedaba el carnal Aarone que por esos días vivía con sus abuelos en una de esas casonas grandes de patios largos y macetones a los lados y cuartos amplios bien iluminados, casi casi era nuestra casa de huéspedes, porque la casa era grande y sí no queríamos no había necesidad de toparnos con los señores, siempre y cuando no anduviéramos merodeando por ahí.
Ellos ya nos conocían y sabían a lo que íbamos. Al principio, claro, pusieron el grito en el cielo cuando vieron entrar por su portón a un grupo de sucios borrachos que les gustaba ponerse hasta la madre en uno de sus patios, pero después de un tiempo hasta consejos nos daban para evitar la cruda, como por ejemplo no fumar mientras bebíamos o tomar leche antes de dormirnos para que no se nos jodiera mucho el estómago.
Como nosotros estábamos acostumbrados a no recibir buenos tratos ni en nuestras casas, dado que la mayoría de la banda con la que rolé por esos años ni siquiera tenían casa, el simple hecho de que alguien nos quisiera dar un consejo o un regaño nos hacía sentir queridos. Que hubiera una cama dónde dormir nos hacía sentir especiales. Y que una señora como doña Concepción, muy parecida físicamente a Chavela Vargas, y a quien llamabamos Macorina nos levantara por las mañanas al ritmo de Vive (la canción de Napoleón que dice: "abre tus brazos fuertes a la vida..."), y que además adrede sabiendo que no llevabamos ni una hora de sueño nos levantaba para que le ayudáramos en las tareas del hogar, que nosotros hacíamos sin chistar porque era la jefa y sabíamos además que al final de la jornada venía un desayuno digno de reyes; la mejor comida que he comido en mi vida la hacía doña Concepción.
Con Don Rául la cosa era igual de magnífica. Nos trataba de pendejo, o sea, así nos hablaba: oye pendejo!, decía y todos volteábamos. Una noche se puso a platicar con nosotros de Carlos Castaneda, como él fue maestro rural y además vivió en Sonora nos platicaba que conoció a Castaneda y que también a Don Juan Matus, el célebre personaje de los libros de Don Carlos; era un viejo muy cabrón y a todo el mundo le daba miedo, decía de Juan Matus, y todos ahí como niños escuchando los cuentos del abuelo. Tenía también frases célebres; una de ellas la decía después de regresar de misa: ¡tengo ganas de mujer ajena!, le decía a su señora lo suficientemente fuerte pa' que se oyera en toda la casa, ella nomás movía la cabeza y decía para sí misma: pos con que, viejo cabrón.
Todo esto lo platico porque entre el año 2007 y este murieron los dos, o sea con un año de diferencia. Don Raúl apenas hace dos semanas nos dejó, la casa se la quedó un hijo que luego la vendió. La última vez que fui a San Pedro supe que en la casa se habia construido un súper, casi nos quitaron todo recuerdo al demoler nuestra casa, porque a pesar de que éramos huéspedes no siempre tan distinguidos, por mucho tiempo ese fue el lugar al que por unos años pudimos llamarle hogar. Esto sólo es un recuerdo para ellos, que en paz descansen.
Doña Conchita y Don Raúl fueron abuelos de un gran amigo de viaje llamado Aarone, así con la e al final. Vivían en una ciudad que colinda con Torreón llamado San Pedro Coahuila, ciudad que hoy día está siendo destruida por el narco y la expulsión de sus habitantes a los Estados Unidos, pero por ahí a principios de los noventa era una especie de paraíso para los pachecos y atascados. Se vendían buenas drogas y no había ley seca, así que por lo menos dos veces al mes nos dabamos la vuelta y precisamente nos hospedaba el carnal Aarone que por esos días vivía con sus abuelos en una de esas casonas grandes de patios largos y macetones a los lados y cuartos amplios bien iluminados, casi casi era nuestra casa de huéspedes, porque la casa era grande y sí no queríamos no había necesidad de toparnos con los señores, siempre y cuando no anduviéramos merodeando por ahí.
Ellos ya nos conocían y sabían a lo que íbamos. Al principio, claro, pusieron el grito en el cielo cuando vieron entrar por su portón a un grupo de sucios borrachos que les gustaba ponerse hasta la madre en uno de sus patios, pero después de un tiempo hasta consejos nos daban para evitar la cruda, como por ejemplo no fumar mientras bebíamos o tomar leche antes de dormirnos para que no se nos jodiera mucho el estómago.
Como nosotros estábamos acostumbrados a no recibir buenos tratos ni en nuestras casas, dado que la mayoría de la banda con la que rolé por esos años ni siquiera tenían casa, el simple hecho de que alguien nos quisiera dar un consejo o un regaño nos hacía sentir queridos. Que hubiera una cama dónde dormir nos hacía sentir especiales. Y que una señora como doña Concepción, muy parecida físicamente a Chavela Vargas, y a quien llamabamos Macorina nos levantara por las mañanas al ritmo de Vive (la canción de Napoleón que dice: "abre tus brazos fuertes a la vida..."), y que además adrede sabiendo que no llevabamos ni una hora de sueño nos levantaba para que le ayudáramos en las tareas del hogar, que nosotros hacíamos sin chistar porque era la jefa y sabíamos además que al final de la jornada venía un desayuno digno de reyes; la mejor comida que he comido en mi vida la hacía doña Concepción.
Con Don Rául la cosa era igual de magnífica. Nos trataba de pendejo, o sea, así nos hablaba: oye pendejo!, decía y todos volteábamos. Una noche se puso a platicar con nosotros de Carlos Castaneda, como él fue maestro rural y además vivió en Sonora nos platicaba que conoció a Castaneda y que también a Don Juan Matus, el célebre personaje de los libros de Don Carlos; era un viejo muy cabrón y a todo el mundo le daba miedo, decía de Juan Matus, y todos ahí como niños escuchando los cuentos del abuelo. Tenía también frases célebres; una de ellas la decía después de regresar de misa: ¡tengo ganas de mujer ajena!, le decía a su señora lo suficientemente fuerte pa' que se oyera en toda la casa, ella nomás movía la cabeza y decía para sí misma: pos con que, viejo cabrón.
Todo esto lo platico porque entre el año 2007 y este murieron los dos, o sea con un año de diferencia. Don Raúl apenas hace dos semanas nos dejó, la casa se la quedó un hijo que luego la vendió. La última vez que fui a San Pedro supe que en la casa se habia construido un súper, casi nos quitaron todo recuerdo al demoler nuestra casa, porque a pesar de que éramos huéspedes no siempre tan distinguidos, por mucho tiempo ese fue el lugar al que por unos años pudimos llamarle hogar. Esto sólo es un recuerdo para ellos, que en paz descansen.
2 cuadros de papel higiénico:
salud, por ellos
yo soy nieta de los dos
gracias por escribir
eso de mis abuelos
grandes personas
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