viernes, 24 de octubre de 2008

Una tocada más (parte II)

...entonces abren el local, unos entran con boleto en mano y otros se abren paso entre la raza; o sea, todos entran de un modo u otro, los rangers no se dan abasto con los fuetes y hasta a uno que andaba a caballo lo tumba en la puerta una estampida de camisetas negras con el logo del Tri de México.

Como les decía, el local es como para tres mil personas y la raza dobla la capacidad del local. Al enterarse los organizadores le dan espacio a los abridores del concierto más rapido de lo que planeaban; un grupo mezcla de Poison y la banda timbiriche trata de tocar su rock con tufo a Bon Jovi de petatuix; la banda los abuchea y pide al Tri a gritos, el grupillo no toca ni tres cuando se bajan todos agüitados.

Falta como media hora pa que el Tri aparezca en el escenario y la raza se empieza a divertir como puede. Un cabrón que ya viene viajando desde afuera se quita la camiseta que trae y muestra un cuerpo con la virgen de Guadalupe en la espalda; la camiseta la quema con un encendedor y la avienta a la raza desde el segundo piso, el cometa repentino se abre paso entre la gente que le contesta al loco este ¡aventándole las suyas! igual, envueltas en llamas. Para esto, de quién sabe dónde, la raza empieza a encender cigarros de mota que nomás se ven como luciérnagas en medio de la noche, una nube verde se empieza a ver en el domo del auditorio. Como para entonces yo no conocía la mota, el olor me resulta particular y me empiezan ataques de risa.

Al rato se apagan las luces y el Tri como ya sabiendo qué tipo de raza estaba ahí empieza con un blues ponchado y rajamadres. Lora nomás gritaba: ¡mójenla, cabrones! ¡prestaparandarigual! El éxtasis es total, los güeyes se quitan las playeras, las morras se empiezan a encuerar y avientan los bras, aquéllos arriba del escenario tampoco se la acaban, yo estoy en otro planeta, nunca había escuchado música tan nítida, tan dura, la voz del Atizandro entra por el estómago, me dan ganas de guacariar, un güey me da de su toque, ya somos carnales de saliva porque hasta su morra me abraza y me besa, puro carnalismo, bebo cerveza que alguien me regala, brindamos con el Tri, se veía que se estaban diviertiendo porque tocaron más de dos horas.

La raza desprendía butacas y las aventaba, güeyes se aventaban de un piso al otro, en cierto momento la seguridad desaparece del recinto: no pueden con tanto cabrón loco. Lora nos lleva de la mano, me lleva a mí que ya no sé ni qué pedo, ya no sé ni cuánto tiempo pasa, el Tri se despide, ya no pueden tocar más, la raza ya no puede gritar más, yo ya no siento las piernas y me derrumbo. De rato un güey me levanta, ya toda la raza se esta yendo; qué pasó?, a qué hora se acabó?, on toy? 'stuvo con madres, no?, me pregunta con la sonrisa canalla de quien estuvo en el infierno y lo gozó.

Salgo del auditorio sabiendo que ya no sería el mismo desde esa noche, el rocanrol me había dado la bienvenida. Para el Tri fue una tocada más, para mí fue el pricipio de algo que todavía vivo, el asombro no termina, de cierto modo sigo siendo ese chavo de quince años, de cierto modo sigo gozando como esa primera vez, salú.

viernes, 17 de octubre de 2008

Una tocada más (primera de dos partes)

Cold electric music
damage me
rend my mind
w/your dark slumber
Jim Morrison

Hay momentos que por alguna razón en la vida se te quedan marcados para siempre y de hecho van creando a partir de un suceso lo que va a ser después tu existencia futura. O sea, son las mentadas "primeras veces" de cualquier acto. Recuerdo por ejemplo la primera vez que me fui solo a la escuela (que ya no me acompañó ninguno de mis padres), o la primera vez que salí a una fiesta y la primera borrachera en la misma con brandy Don Pedro, ¡la primera novia! y tus primeras broncas con la misma. Claro que cuando la música es ya parte de tu forma de vida desde esa edad, los encuentros con discos o grupos en vivo te marcan de manera decisiva.

En mi caso el rocanrol ya era desde entrada la adolescencia un amigo muy cercano, aunque todavía no lo encontraba más que como un entetenimiento en fiestas. Imagínense, cuando este que escribe entró en la secundaria el fenómeno "rock en tu idioma" empezaba fuerte y los grupos argentinos, españoles y por ahí uno que otro mexicano empezaban a llenar mi incipiente discografía personal. Incluso acá a Torreón alguna vez llegaron a tocar gente que en sus países ya eran fenómenos de ventas, como los casos de los Hombres G o Soda Stereo, y que cuando vinieron por acá, sólo unos cuantos los conocían realmente. De hecho mi primer concierto en forma fue uno de Soda Stereo en un estadio de béisbol de por acá, al que un buen amigo de toda la vida casi me llevó de la mano, para que conociera a los que habían hecho el disco Doble Vida.

Pero el concierto y el grupo que me revolcó por los caminos eléctricos del rocanrol fue el Tri, ese Tri que todavía no le cantaba a la virgencita de Guadalupe, ese Tri que por ahí de principios de los noventa todavía era el mejor y más grande grupo de rock en México. Ese concierto de principios del 91, al cual fui solo con un boleto que me gané en un concurso radiofónico, fue mi entrada a ese vagón de vagabundos del cual ya no pienso bajar.

A pesar de que, como les comentaba líneas arriba, fue con Soda Stereo con quien conocí el rock de concierto, fue en ese del Tri cuando supe lo que realmente era vivir de lleno un concierto. Les explico: para empezar, el concierto fue en un lugar cerrado, algo así como un Palacio de los Deportes pero con capacidad para solo tres mil personas; o sea, el lugar tiene un domo. El Tri tenía entonces alrededor de 10 años sin pararse por estas tierras y su presencia convocó esa noche alrededor de cinco mil pelafustanes, unos con boleto y otros sin boleto, que le daban vuelta al domo como dos veces.

Los organizadores tenían como seguridad del domo a unos policías que eran conocidos entonces como "rangers", policías ejidales que no se andaban con mamadas y a la primera provocación te aventaban unos perros muy cabrones que traían, y cuando los perros estaban ocupados corriendo tras un greñudo tenían unos fuetes que dejaban bonitas marcas en las piernas del personal que no se ponía derechito en la fila. Claro que esto a la larga enervó a los greñudos y como media hora antes del concierto ya se había intentado el portazo, solamente quebraron vidrios del inmueble y uno que otro fan del Tri resultó con mordidas leves y fuetazos en el lomo y las piernas.

El ambiente era tenso en verdad, de hecho estuvo a punto de suspenderse el toquín, nada más que los que lo organizaban sabían que si lo suspendían los locos iban a quemar el establecimiento, como casi ocurrió ya cuando estábamos en pleno concierto. La cosa se ponía cada vez mejor, y eso que Lora todavía no subía al escenario a gritarle a sus "niñitos".
Continuará...