domingo, 8 de febrero de 2009

esta es la codiciada estatuilla


lunes, 2 de febrero de 2009

El Terminator

Para Armando Vega Gil


A principios de los noventa en Torreón todavía existía lo que se llamaba "zona de tolerancia"; años después los bonitos gobiernos panistas la cerraron y la raza que ahí trabajaba se dispersó por toda la ciudad, o sea que ahora Torreón es toda una gran zona roja. Pero para las fechas que les platico, darse una vuelta por ahí era cosa obligada para algunos y temeraria para otros, y acá su charro negro, cuando andaba por los 16 años, fue invitado por un amigo a conocer tan bonito lugar de solaz y esparcimiento.

Por supuesto que a mi edad no me dejarían entrar a los puteros de la zona, pero mi cuate que ya se las daba de caifán conocía a la raza que ahí trabajaba, y por medio de unos billetes pues hasta señor me decían. Así que cuando me preguntó mi cuate: ¿a 'onde vamos?, le dije: no, pos tú llévame a conocer, y casi de la manita me invitó a una cantina de las llamabas cervecerías, porque ahí sirven cheves y nada más. Total que entramos en una de ésas y ahí estaba la crema y caca de la suciedad lagunebria en pleno: albañiles que se gastan su sueldo en cheve, raterillos de carteras, borrachitos terminales, putas como de cien años, soldados en su día franco, y un virginal mozuelo que con ojos de azoro veía el apocalíptico cuadro. ¡Chin, a 'onde me vino a traer éste! Pero mi cuaderno muy quitado de la pena y conocedor del terreno pide dos caguamotas tibias que un putillo que funcionaba de repente como mesero nos trajo, no sin antes echarme una mirada braguetera que nomás me hizo hacer ¡gulp!; y pus ya estaba ahí y ni modo, a ver qué onda.

¿Qué, güey?, me dice aquel, ¿cuál te gusta? Nooo si todas parecen abuelitas y las que no están tan viejas tienen unas panzotas caguameras o unas cicatrizotas de operaciones o de balazos o vaya usted a saber, mejor nomás la caguamita y ya, ¿no? Como quieras, yo sí bailo con una; dicho lo anterior este cuate se avienta a la pista con un adefecio de esos que les platico, y de a Travolta del tercer mundo hace como que baila una canción machacona en el tun data, tun data. Todo iba muy bien, hasta que en una de esas piruetas mi cuais se tropieza con un soldado que también la marcaba chido. Perdón, dijo aquel, pero el militar no se queda así nomás y le da un aventonzote y aquel va a dar hasta la mesa 'onde estoy yo, ¡chin! ya me tumbó la guama. Se levanta, agarra su cagua y se la avienta al sorcho, que se agacha, y el envase se estrella contra la barra. ¡Ya bailó Bertha!, ya se hicieron los putazos.

No sabía si esconderme debajo de una mesa, salir corriendo o qué, pero decido echarle la mano a mi cuate y en una maniobra heredada de mi padre le sorrajo con una silla al soldadito de pomo, ¡chaz!, se oye el sillazo en la moyera de aquel, y cuando pensamos que ya estaba nocaut, se levanta como si nada. No mamess, dije, y 'ora sí salimos corriendo. Afuera de la cervecería pensamos a dónde huir, cuando vemos que el soldado sale en nuestra búsqueda. No, pos a la salida, me dice mi cuate y salimos a paso de marchista con diarrea, sin correr pa' no levantar sospechas.

Cuando volteamos ahí estaba el soldado como Van Dame, atrás, escurriendo sangre de la cabeza, sin decir nada: nomás mirándonos con ojos de ya valieron madres, y que sale de la zona tras nosotros. En ese tiempo mi cuate vivía con su familia en una escuela que está pasando un puente que cruza la ciudad de Torreón, entrando a la de Gómez Palacio, Durango. Imaginen la escena: dos güeyes corriendo a las tres de la mañana por un puente como de doscientos metros de largo, seguidos por un soldado que sin detener la marcha y con sangre en la cara nos muerde los talones. Como de pesadilla, parece que no avanzamos y que el soldier da zancadas con sus botas y está a punto de aplastarnos como a dos cucarachas.

Llegamos a la escuela bañados en sudor por la corretiza y la adrenalina, saltamos una barda y cuando pensábamos que habíamos perdido al perseguidor, éste como perro sabueso aparece en la escena. Como olfateando el miedo se detiene y echa una mirada al entorno, nosotros lo vemos desde atrás de la barda por un agujero, aguantando la respiración. El soldado, como robot, en dado momento da media vuelta y se va. Nosotros nos quedamos ahí en la barda hasta el amanecer: ya lo imaginábamos saliendo de detrás de una piedra, saltándonos y comiéndose nuestas entrañas.

Nunca más volví a pisar la zona de tolerancia, y mi cuate dejó de ir como un año, hasta saber que el soldadito no estaba ahí esperándolo como el terminator. Estuvo cabrón eso.