martes, 11 de noviembre de 2008

Escupiéndole al espejo

Sólo podemos descubrir nuestros propios defectos
gracias a los amigos.
E.M. CIORAN


La tarde cae literalmente, se siente pesada como si las nubes fueran de concreto y estuvieran a punto de caer sobre mi cabeza, camino por la calle llena de polvo, busco algo en el piso, voy con la cabeza gacha como quien busca una moneda, algo bajo sus pies, algo de valor.

El calor es sofocante, sólo se me ocurre entrar en El Otro Paraíso y pedir una cerveza, la mesa donde me siento está pegada a una pared, estoy solo en el bar, es raro porque hoy es fin de semana y comúnmente muchos parroquianos vienen a lo mismo que estoy viniendo hoy, a encontrar la parte perdida de la vida dentro de estas botellas ámbar.

El mesero me sirve y me dice algo que no entiendo, no pongo mucha atención a lo que dice, se me queda viendo con extrañeza y se va, sólo miro mi botella, de la pared salen cucarachas moviendo sus antenas, parece que me miran e intercambian opiniones sobre mi persona. Nos vemos un rato hasta que se aburren de mí y vuelven a entrar en su agujero, yo también estoy aburrido y me pongo a ver los pósters de mujeres desnudas que hay en el bar, hay una particularmente que está acostada en una cama, trae ropa interior blanca como las sábanas que la medio cubren, tiene sus manos en la barbilla y mira al frente, estoy frente a ella, levanto mi botella y brindo, recuerdo que esa imagen le gustaba particularmente a un amigo que ya borracho se le quedaba viendo por horas. Llévatela a tu casa, le decía, neel, aquí nos podemos ver sin pedo, y soltábamos la carcajada salpicando El Otro Paraíso, el paraíso que por unas horas era nuestro, nuestro refugio de afuera donde siempre estaba lloviendo aunque hubiera cuarenta grados e hiciera un sol inclemente, para nosotros siempre estaba lloviendo afuera.

Todo eso me viene a la mente en este momento, estas noches como la de hoy cuando estoy aquí sentado, me doy cuenta que la noche es más oscura, da miedo salir a esa boca que de tan negra pareciera que ya no la conozco, ¿nos acabamos tan pronto nuestro centímetro de suerte? Ahora sólo queda venir a escuchar la voz de un mesero gangoso que me dice cosas que no me interesan mientras cuento las monedas para pagar este rato donde los fantasmas se me quedan atorados entre los párpados y la garganta, no encuentro la respuesta en el cementerio de botellas.

Antes de salir voy al baño y me miro al espejo, no me reconozco, el espejo está quebrado y en un ángulo del mismo puedo verme muchas veces como viendo desde el ojo de una mosca, escupo al puto espejo, salgo sin mirar a la chava del póster ni al mesero, voy a un teléfono público y marco un número. Ocupado, ocupado, todo el mundo está ocupado.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La vida en La Barranca


Gente de la Comarca Lagunera y de Saltillo:

Si les interesa tener pronto entre sus manos un ejemplar de La vida en La Barranca, de David Cortés, favor de mandarme un mail (indicando si viven en La Laguna o en Saltillo) a brux_gaytan@hotmail.com. Ahí nos ponemos de acuerdo para hacer la transacción. Como saben, el libro ahorita sólo se consigue en el DF; la onda es hacer un pedido grupal pa' acá.


Aquí les dejo el texto de la contraportada pa' ver si se animan. Vale mucho la pena. Y si les interesa por favor no se tarden mucho, porque estoy por confirmar lo del pedido.




Un precipicio. Eso es una barranca. Y dadas sus condiciones, resulta difícil encontrar osados que se paren en el borde de un lugar así, porque ¿a quién le atrae la sensación de vacío, de vértigo? ¿A los suicidas? José Manuel Aguilera parece disfrutar tanto estar ahí, en la barranca, que no sólo acostumbra sentarse en su orilla para contemplar el paisaje, de hecho carga con su guitarra y ahí mismo se arrodilla para componer canciones. Pero no acude solo. En sus frecuentes excursiones a esa oquedad en la tierra lo han acompañado sujetos que, al igual que él, hace rato extraviaron el miedo a despeñarse: Federico Fong, Alfonso André, Jorge "Cox" Gaitán, los hermanos José María y Alonso Arreola y Alejandro Otaola. Cada uno, en diferentes momentos, ha estado junto al guitarrista. Y todos forman parte del grupo de La Barranca. Un conjunto de artistas que ha confeccionado una serie de álbumes definitorios en la historia del rock en México. Eso sí, alejados de las vulgaridades del mercado y de los escaparates de la moda, porque los álbumes de La Barranca lo que protegen, lo que pulen con el esmero que soba un zafiro, es a la canción. Y las composiciones del grupo son memorables, qué importa si se aesmejan a un bolero , homenajean a Hendrix y King Crimson o poseen la cadencia de un son.

Este libro no es una biografía de La Barranca, tampoco un bulto de entrevistas ordenadas de manera cronológica; es un acercamiento, apasionado por cierto, a la experiencia sensorial que significa La Barranca. Por supuesto que alberga todas las menudencias biográficas, desde el ambiente en que se desarrolló la infancia de Aguilera hasta su primer contacto con la guitarra. También aborda nombres, renombrados casi todos, como Las Insólitas Imágenes de Aurora, Mistus, La Suciedad de Las Sirvientas Puercas, Pachecos Blues Band, Frac, Sangre Asteka y Dr. Fanatik. Pero en estas páginas hay más que eso; hay canciones, discos, fiestas, conciertos, ensayos, encuentros y desencuentros. Revelaciones. Desde el nacimiento del proyecto, un viernes santo en Guadalajara, hasta la enésima -y alucinante- encarnación de la banda en un foro del DF, con
El fluir como pretexto.


Como debe ser, este trabajo significa peligro. David Cortés, su autor, debió sentirlo mientras lo realizaba, y seguramente el lector palpará esa sensación cuando repase sus páginas. Porque siempre habrá alguien ansioso por experimentar las emociones que se viven al borde de un precipicio.



Alejandro González Castillo