Sólo podemos descubrir nuestros propios defectos
gracias a los amigos.
E.M. CIORAN
gracias a los amigos.
E.M. CIORAN
La tarde cae literalmente, se siente pesada como si las nubes fueran de concreto y estuvieran a punto de caer sobre mi cabeza, camino por la calle llena de polvo, busco algo en el piso, voy con la cabeza gacha como quien busca una moneda, algo bajo sus pies, algo de valor.
El calor es sofocante, sólo se me ocurre entrar en El Otro Paraíso y pedir una cerveza, la mesa donde me siento está pegada a una pared, estoy solo en el bar, es raro porque hoy es fin de semana y comúnmente muchos parroquianos vienen a lo mismo que estoy viniendo hoy, a encontrar la parte perdida de la vida dentro de estas botellas ámbar.
El mesero me sirve y me dice algo que no entiendo, no pongo mucha atención a lo que dice, se me queda viendo con extrañeza y se va, sólo miro mi botella, de la pared salen cucarachas moviendo sus antenas, parece que me miran e intercambian opiniones sobre mi persona. Nos vemos un rato hasta que se aburren de mí y vuelven a entrar en su agujero, yo también estoy aburrido y me pongo a ver los pósters de mujeres desnudas que hay en el bar, hay una particularmente que está acostada en una cama, trae ropa interior blanca como las sábanas que la medio cubren, tiene sus manos en la barbilla y mira al frente, estoy frente a ella, levanto mi botella y brindo, recuerdo que esa imagen le gustaba particularmente a un amigo que ya borracho se le quedaba viendo por horas. Llévatela a tu casa, le decía, neel, aquí nos podemos ver sin pedo, y soltábamos la carcajada salpicando El Otro Paraíso, el paraíso que por unas horas era nuestro, nuestro refugio de afuera donde siempre estaba lloviendo aunque hubiera cuarenta grados e hiciera un sol inclemente, para nosotros siempre estaba lloviendo afuera.
Todo eso me viene a la mente en este momento, estas noches como la de hoy cuando estoy aquí sentado, me doy cuenta que la noche es más oscura, da miedo salir a esa boca que de tan negra pareciera que ya no la conozco, ¿nos acabamos tan pronto nuestro centímetro de suerte? Ahora sólo queda venir a escuchar la voz de un mesero gangoso que me dice cosas que no me interesan mientras cuento las monedas para pagar este rato donde los fantasmas se me quedan atorados entre los párpados y la garganta, no encuentro la respuesta en el cementerio de botellas.
Antes de salir voy al baño y me miro al espejo, no me reconozco, el espejo está quebrado y en un ángulo del mismo puedo verme muchas veces como viendo desde el ojo de una mosca, escupo al puto espejo, salgo sin mirar a la chava del póster ni al mesero, voy a un teléfono público y marco un número. Ocupado, ocupado, todo el mundo está ocupado.
El calor es sofocante, sólo se me ocurre entrar en El Otro Paraíso y pedir una cerveza, la mesa donde me siento está pegada a una pared, estoy solo en el bar, es raro porque hoy es fin de semana y comúnmente muchos parroquianos vienen a lo mismo que estoy viniendo hoy, a encontrar la parte perdida de la vida dentro de estas botellas ámbar.
El mesero me sirve y me dice algo que no entiendo, no pongo mucha atención a lo que dice, se me queda viendo con extrañeza y se va, sólo miro mi botella, de la pared salen cucarachas moviendo sus antenas, parece que me miran e intercambian opiniones sobre mi persona. Nos vemos un rato hasta que se aburren de mí y vuelven a entrar en su agujero, yo también estoy aburrido y me pongo a ver los pósters de mujeres desnudas que hay en el bar, hay una particularmente que está acostada en una cama, trae ropa interior blanca como las sábanas que la medio cubren, tiene sus manos en la barbilla y mira al frente, estoy frente a ella, levanto mi botella y brindo, recuerdo que esa imagen le gustaba particularmente a un amigo que ya borracho se le quedaba viendo por horas. Llévatela a tu casa, le decía, neel, aquí nos podemos ver sin pedo, y soltábamos la carcajada salpicando El Otro Paraíso, el paraíso que por unas horas era nuestro, nuestro refugio de afuera donde siempre estaba lloviendo aunque hubiera cuarenta grados e hiciera un sol inclemente, para nosotros siempre estaba lloviendo afuera.
Todo eso me viene a la mente en este momento, estas noches como la de hoy cuando estoy aquí sentado, me doy cuenta que la noche es más oscura, da miedo salir a esa boca que de tan negra pareciera que ya no la conozco, ¿nos acabamos tan pronto nuestro centímetro de suerte? Ahora sólo queda venir a escuchar la voz de un mesero gangoso que me dice cosas que no me interesan mientras cuento las monedas para pagar este rato donde los fantasmas se me quedan atorados entre los párpados y la garganta, no encuentro la respuesta en el cementerio de botellas.
Antes de salir voy al baño y me miro al espejo, no me reconozco, el espejo está quebrado y en un ángulo del mismo puedo verme muchas veces como viendo desde el ojo de una mosca, escupo al puto espejo, salgo sin mirar a la chava del póster ni al mesero, voy a un teléfono público y marco un número. Ocupado, ocupado, todo el mundo está ocupado.