jueves, 31 de diciembre de 2009

Dos historias duranguenses

I.
Desde niño siempre me gustaron los conejos, los conejos blancos mis favoritos, parecían bolas de algodón con patas. Mi familia tenía un rancho en Durango cerca de la sierra, una vez que le heredé a mis padres el rancho lo primero que hice fue comprar una pareja de conejos blancos, me encantaba verlos correr por el rancho, ciertamente nunca les puse un cerco, los dejaba libres. Un día por cuestiones de trabajo tuve que ir a la cuidad y conmigo se fue mi esposa, todavía no teníamos hijos, así que el rancho se quedó solo.

El rancho estaba cerca de un cerro, relativamente se podía ver desde la carretera. Al regresar de nuestro viaje, que duró algunos meses y cerca de las navidades, vimos con sorpresa al acercarnos al cerro que estaba completamente blanco, parecía un cerro nevado, pero no estaba nevando en esas fechas, hacía frío, sí, pero no estaba nevando, a menos que en la parte alta sí estuviera cayendo nieve; pero incrédulos aún, mi esposa y yo nos acercamos hasta el rancho, ¡cuál va siendo nuestra sorpresa!, no era nieve, eran los conejos que se habían reproducido por miles en nuestra ausencia!, miles de conejos blancos corriendo por el rancho hasta la punta de el cerro que se veía nevado por los malditos conejos, fue un espectáculo muy comentado por estas tierras.

II
Como siempre fui una persona de campo me gustaba mucho la cacería, siempre fui un cazador solitario, me gustaba adentrarme en la sierra duranguense a cazar venado, un día ya llevaba mucho tiempo caminado, había fallado con mi rifle a varios especímenes y me estaba quedando sin balas, así que decidí regresar. Cuando venía de camino de regreso al rancho veo a lo lejos dos hermosos venados bebiendo en un río, me doy cuenta que estoy a una distancia donde le puedo dar a uno de ellos, veo por la mira de mi rifle y me doy cuenta que los dos venados están demasiado cerca uno del otro, checo mi carga, una sola bala, tengo una sola bala y dos venados magníficos a punto de tiro, pienso, ¿qué hago? ¿mato a uno? ¿puedo matarlos a ambos? checo con la mira y se me ocurre algo nunca antes intentado, tengo un cuchillo en la bolsa de mi pantalón, lo saco, pongo el cuchillo con la punta hacia arriba, exactamente a la mitad del cañón del rifle, apunto bien, retengo la respiración, los dos venados siguen juntos en el río, espero, espero, ¡disparo!, la bala, la única bala del rifle se parte en dos con el cuchillo y mato a los dos venados, nadie me lo creyó.